¿Qué pasaría si estallara una bomba nuclear? ¿Y si se produjera un conflicto atómico? Las consecuencias podrían ser mucho más graves de lo que imaginamos, al límite de la supervivencia humana. Intentemos ver algunas de ellas según los científicos.
Todo el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, tanto en Occidente como en Rusia, ha estado dominado por la idea – sería mejor escribir de la pesadilla – de un conflicto atómico. Bombas nucleares cayendo sobre las ciudades, destruyendo todo vestigio de civilización humana; hongos atómicos elevándose sobre las metrópolis; vientos radiactivos envenenando todo lo que tocan. La guerra fría al rojo vivo y muchas otras cosas (in)agradables.
Luego pasó lo que pasó: cayó el Muro de Berlín, la URSS se derrumbó bajo el peso de los problemas internos y externos, y el temor a un conflicto atómico, a pesar de los amplísimos arsenales tanto de los yanquis como de los rusos, se desvaneció. Hasta ahora, porque la guerra ruso-ucraniana ha reavivado de forma espectacular el motor de un conflicto nuclear, refrescando los ánimos (¿uranianos?) de muchas de las potencias implicadas. Se teme, esta vez sí, un nuevo conflicto atómico. ¿Qué ocurriría?
Nombres famosos han escrito sobre el tema; Esquire citó al científico Carl Sagan y al geofísico Owen Toon, por ejemplo. Fue este último, aún vivo, quien revisó sus notas, tratando de predecir con mayor exactitud las consecuencias de una catástrofe nuclear. Con consecuencias muy desagradables.
Tras un conflicto atómico, primero se produciría una gran cantidad de humo que, como en cualquier apocalipsis de Hollywood, oscurecería el cielo. Un conflicto nuclear podría provocar una cantidad de humo veinte veces superior a la resultante de los devastadores incendios de Australia en 2020. El planeta se volvería mucho más frío; adiós por tanto a las cosechas, con años y años de hambruna por delante.
Un tema nuevo, abordado sólo en estos años de conflicto en Ucrania, es el impacto en el mar. La temperatura de los océanos también cambiaría, destruyendo muchas cadenas alimentarias.
Se produciría, por ejemplo, una drástica reducción del fitoplancton, con efectos en cadena, cada vez más amplificados, también para la flora y la fauna marinas. Muchos de los mares del mundo se convertirían entonces en extensiones oceánicas muertas, nada más que montones de agua poblados por escasas algas y unos pocos depredadores aislados.
Finalmente, tras unos 20 años de destrucción y envenenamiento de la Tierra, el planeta podría recuperarse parcialmente de las consecuencias del conflicto; en muchas zonas, los efectos de las bombas se mitigarían y la naturaleza recuperaría el control. Sin embargo, otras zonas -y esto es lo más aterrador- permanecerían sin vida durante miles de años.